Que en la cartelera se pueda encontrar una obra maestra es, desgraciadamente, muy poco frecuente. Pero que coincidan dos obras maestras al mismo tiempo se puede calificar casi de milagro. De hecho, que en un mismo año se hayan rodado dos obras maestras ya es un milagro y, teniendo en cuenta que en este 2013 van tres, si sumamos la producción paraguaya "7 cajas" (de la que ya hablé en su momento), habrá que pensar que el 13 no tiene por qué ser sinónimo de mala suerte, sino todo lo contrario, al menos cinematográficamente hablando.
Pues bien, en este extraño, meteorológica, social y existencialmente hablando, arranque de otoño está sucediendo tal milagro, con la cohabitación en las salas de las extraordinarias "Mud" y "Gravity", diametralmente opuestas entre sí pero que tienen en común el hecho de ser las dos películas más hermosas y conmovedoras que se han estrenado en mucho tiempo. Y que, además, reinvindican a dos actores que hasta ahora habían demostrado más físico que talento, más capacidad para las relaciones públicas que para la interpretación, más simpatía que oficio, más ruido que nueces. Ellos son Matthew McConaughey y Sandra Bullock, dos tipos guapos y ya maduritos a los que por fin, después de dos largas carreras, se puede llamar actores.

Por orden de estreno, "Mud" es la consagración definitiva de Jeff Nichols, un director que ya sorprendió a todo el mundo con su anterior largometraje, el indefinible "Take Shelter" sobre un tipo que estaba como una cabra pero que, a la vez, resultaba paradigmático de todas las paranoias y los miedos del ser humano de hoy en día. "Mud" es una fábula existencial que mezcla cine de aventuras, thriller, melodrama romántico y cine de terror y podría perfectamente estar escrita por Mark Twain, quien hubiera estado orgulloso de ser su autor. Se desarrolla en un poblacho a orillas del Mississippi, condenado a muerte por el ¿progreso?, y sus protagonistas son una suerte de Tom Sawyer y Huckleberry Finn del siglo XXI que se niegan a aceptar la desaparición de su mundo mientras toman conciencia de lo complicado que es dar el salto de la infancia a la edad adulta.
Dura y sentimental, poética y realista, emocionante y plásticamente muy bella, "Mud" -título que alude al mote del protagonista y significa "Barro"- no sería lo mismo, empero, sin un reparto en estado de gracia, encabezado por ese McCounaghey que por fin ha dejado de ser una mala copia de Paul Newman. Convertido en un perdedor irremediablemente irreductible, da una clase magistral de expresividad contenida, de maximización de la sencillez, de cómo transmitir más con menos. Y, junto a él, la oscarizada Reese Whiterspoon se deja la piel en un papel menor pero clave y Sam Shepard corrobora, por enésima vez, que es mejor actor que dramaturgo. Y luego están los brillantes jóvenes Tye Sheridan y Jacob Lofland, que justifican un hurra por el director de cásting.

Respecto a "Gravity", debo admitir que soy (o más bien, era) acérrimo detractor de Sandra Bullock, una de las actrices más planas e insoportables de los últimos 115 años, y ganadora del Oscar más inmerecido de la historia de la estatuilla. Pero hay que reconocer que lo que hace esta casi cincuentona en la película del mexicano Alfonso Cuarón la redime de las decenas de patinazos acumulados a lo largo de su mediocre trayectoria.
Porque el reto era de aúpa: ella sola carga sobre sus hombros con los 90 minutos de metraje, sin prácticamente nadie que le dé la réplica y teniendo que transmitir emociones y sensaciones a través de miradas y monólogos interiores. Y lo consigue, y logra que empaticemos con ella, y que compartamos su drama, y que suframos, y que deseemos su victoria y su redención.
Claro que mucho mérito lo tiene también el director Alfonso Cuarón que, con una puesta en escena virtuosista, en la que sobresale ese plano secuencia de un cuarto de hora que abre el filme y está condenado a ser futuro objeto de estudio en todas las escuelas de Cine, y un perfecto aprovechamiento de los escasos elementos que aparecen en el filme (básicamente, Bullock, el vacío y el silencio), pone en pie una película fascinante, hipnótica y emotiva, que atrapa desde el primer hasta el último fotograma. Y en la que, por una vez y sin que sirva de precedente, las 3D tienen razón de ser...