
No había vuelto a ver "Notting Hill" desde que se estrenó en el verano de 1999. Sigue siendo una película simpática, entretenida, tramposilla y con momentos muy divertidos (sobre todo, los que corren a cargo del galés Rhys Ifans) pero en este segundo visionado me he dado cuenta de algo que me pasó inadvertido hace 14 años: Julia Roberts y Hugh Grant son dos grandes actores, están perfectos en sus respectivos personajes y físicamente, responden al prototipo de grandes estrellas, pero no hay la más mínima química entre ambos. Cuando aparece cada uno por su lado, todo funciona a la perfección pero, cuando comparten planos, algo chirría. Falta eso que se llama química.
Mirando a la cartelera actual, hay una película a la que le sucede exactamente lo mismo. Es "Un amor entre dos mundos", probablemente el filme más original que se ha estrenado en mucho tiempo. Dirigido por el argentino Juan Solanas (hijo del documentalista Pino Solanas), se desarrolla en dos mundo paralelos, comunicados e indivisibles que cuentan con gravedades contrapuestas. Para entendernos, cada uno está boca abajo respecto al otro. Está terminantemente prohibidos que los habitantes de uno pasen al otro y, mucho más, que se relacionen entre sí. Pero el amor no entiende de estas cosas y la "superior" Kirsten Dunst y el "inferior" Jim Sturgess luchan contra viento y marea para sacar adelante una apasionada historia de amor que se remonta a la niñez.

Las paradojas espaciales están resueltas con brillantez y, visualmente, la película es impactante, gracias a la excelente fotografía del canadiense Pierre Gill y a un magnífico diseño de producción. Pero todo este admirable entramado se viene abajo cada vez que se juntan Dunst y Sturgess, que más que una pareja de enamorados parecen agua y aceite. Los dos son guapos y de físico privilegiado, pero no hay quién se crea su relación, ni siquiera ellos mismos. Una vez más, funciona la física pero no la química. Y por ahí acaba haciendo aguas un proyecto que podría haber sido una de las grandes sorpresas de la temporada y se queda en simplemente interesante.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. No me extenderé sobre lo insoportablemente tedioso que resulta el último delirio megalómano de Terrence Malick, "To the Wonder", porque ya lo hice hace un par de semanas. Pero sí diré que, dentro de sus múltiples defectos, quizá el peor sea la elección del protagonista, el hierático e incapaz Ben Affleck. No sólo es inconcebible que las maravillosas Olga Kurylenko y Rachel McAdams beban los vientos por este tipo, es que las expresiones de asco y hastío del actor ante ellas son patéticas. En este caso, no hay química. Pero tampoco física...